domingo, octubre 29, 2006

El libro es el camino; la web, la autopista


+ A Marshall McLuhan in memoriam +

Juan Pedro Quiñonero desde su blog, escribe:

Libros, lectura, literatura y prostitución

La Palabra y el Verbo ejercen un atractivo tan poderoso que cada día son más frecuentes los intentos de secuestro con bajos fines mercantilistas, por otra parte muy respetables, desde una óptica comercial.

A nadie se le ocurría llamarse "carpintero" sin ser capaz de construir una mesa con sus manos. Pero cualquiera se arroga el derecho a hablar de "lectura", "libros", "literatura", etc., poniendo en circulación nuevos gérmenes de confusión creciente.

Elementos de trabajo y deontología:

● "Leer" un objeto que tiene forma de libro y no siempre es un libro, si no un remedo infame, en la sala de espera de un aeropuerto, NO es lo mismo que leer y memorizar un poema de Gracilaso o don Antonio Machado. El "soporte" (cuaderno de papel, bitácora, libro, etc.) no modifica en absoluto lo esencial de las diferencias: que afectan a la naturaleza de la actividad… Hay sujetos pasivos que consumen basura y sujetos activos cuya lectura modifica su visión y nuestra visión del mundo.

● A cualquier cosa llaman "libro". Pero no es lo mismo esa oceánica retahíla de naderías que se venden en las grandes superficies y cualquier libro de Baroja y Azorín. La proliferación de cosas escritas a dos, cuatro, seis u ocho manos bien refleja la indiferencia desalmada hacia la identidad de la persona humana, sustituida por "productores" de cosas que se venden y consumen como si fueran libros. Pero que no son lo mismo que las Elegías de Rilke o el poema Espacio de Juan Ramón, que se siguen vendiendo mal.

● Basta con abrir cualquier medio de incomunicación de masas para descubrir que fulano de tal es "escritor", arropándose el buen señor y el medio que lo vende como papel que se usa y se tira, con el marchamo de "literatura". Por favor… Redactar anuncios publicitarios es una actividad muy noble. Pero no es la misma actividad que realiza don Antonio Machado, en Collioure, recordando en un solo verso los azules de su infancia, en un patio sevillano. Uno realiza una actividad de seducción mercantilista. El otro se desangra y toca lo sagrado que hay en cada hombre digno de ese nombre.

Santiago Llach, desde su blog (¡el medio es el mensaje!), interpela:
Literatura en la parrilla

Esto es así: hay cada vez menos motivos atendibles para que los escritores no cuelguen sus obras en la web. Ni los económicos, me parece a mí: no creo que la circulación en la web conspire contra la venta de libros, sino más bien lo contrario. En poesía, donde la venta no existe (perdón, sí: hay libros que venden 100 ejemplares), eso se hace más patente.
Pero hay algo más: poner poemas en internet es ofrecerlos al manoseo: a las malas atribuciones, la edición sin control del autor, la reproducción con errores. No que esto haya que festejarlo, o sí: este es el fin de la autoría tal como la conocíamos. No que el criterio democratista, donde toda obra puede ser intervenida por mentes no demasiado brillantes, represente necesariamente un avance. Pero tal vez sí, y en todo caso es indetenible (salvo por los dueños de las máquinas que permiten que internet exista). Sí, este es el fin de la literatura tal como la conoció Pierre Bourdieu.
Con su poder de fuego reducido por la eficacia de artes menos nobles, menos ahistóricas y menos elementales (todo empieza en la palabra, dijo una vez el pensador jasídico Adrián Suar), la literatura de los años de la imprenta se hace el harakiri. Los 500 años de la modernidad antropocéntrica que terminó con la invención del genio serán recordados como una verdadera curiosidad voluntarista.
Como sea, Jorge Aulicino, notorio ejecutor de lírica urbana, miembro de una generación voluntarista y propulsor de una poesía de imágenes, acaba de poner a disposición buena parte de sus libros en un sitio de blogspot.

El Postólogo, por su parte, enfoca su linterna a la microeconomía literaria:

El precio único, condición indispensable

El veto del presidente Fox a la Ley del Libro, aprobada por todos los grupos parlamentarios, supone un duro revés para los autores, libreros y editores independientes de nuestra frágil industria editorial, y para los lectores. Daniel Goldin analiza el eje toral de esta necesaria ley: el precio único. Leer artículo completo

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Estimado amigo,

La agradezco mucho la cita. Que maravilla, leerse cómodamente entre París y Buenos Aires. Adelante con sus cosas..

Gracias Millllllllll

Q.-

5:13 p. m.  

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