lunes, mayo 08, 2006

Edmund Burke, quilombero viejo

El pensador dublinés escribía así sobre la aristocracia (se recomienda leer escuchando la canción Mundo agradable de Serú Girán - perdón por la extensión muchachos/as, pero creo que valía la pena).

Criarse en un entorno de afecto; no presenciar nada vil ni sórdido durante la infancia; aprender a respetarse a sí mismo; acostumbrarse a la inspección censora de la opinión pública; buscar dicha opinión pública desde una edad temprana; mantener un punto de vista lo bastante elevado para disfrutar una amplia perspectiva de los hombres y sus asuntos en una gran sociedad; tener tiempo libre suficiente para leer, reflexionar y conversar; poder contar con el concurso y la atención de sabios y eruditos, dondequiera que se hallen; habituarse en el ejército a mandar y obedecer; aprender a desdeñar el peligro en la búsqueda del honor y del deber; formarse al máximo en la vigilancia, la previsión y la circunspección, en un estado de cosas en que no se comete falta alguna con impunidad y en que los errores más insignificantes tienen las consecuencias más nefastas; ser educado en una conducta recogida y regulada a partir de la convicción de que uno se considera un instructor de los propios conciudadanos en los temas que más le conciernen, y actuar como reconciliador entre Dios y el hombre; ser empleado como administrador de ley y justicia, y hallarse así entre los primeros benefactores de la humanidad; ser un maestro de las ciencias más elevadas o de las artes liberales; hallarse entre los comerciantes más ricos, a quienes por su éxito se atribuye discernimiento agudo y vigoroso, y poseer las virtudes de la diligencia, el orden, la constancia y la regularidad, y haber cultivado un aprecio habitual por la justicia conmutativa: tales son las circunstancias de los hombres que forman lo que yo denominaría la aristocracia natural, sin la cual la nación no existe.