viernes, julio 07, 2006

En las vísperas de la gran contienda


"Nunca en mi vida me sentí mas feliz después de un partido. Con los cuatro goles que me hicieron, le salvé la vida a once seres humanos. Me contaron antes de empezar el partido que los italianos habían recibido un telegrama de Mussolini que decía: "Vencer o Morir". Ganaron". Son palabras de Antal Szabó, portero de Hungría en la final de Francia'38, el mundial en el que se vieron las caras la democracia y el fascismo.

Europa sentía ya de cerca la presencia de un drama de proporciones desconocidas en forma de guerra. Alemania amenazaba al mundo bajo el mando de Hitler, Austria ya era territorio germano y las purgas de Stalin sacudían a la URSS. En medio de ese panorama desolador, el fútbol tuvo fuerza para centrar la atención del planeta un puñado de meses antes de que la II Guerra Mundial fuera el epicentro de la actualidad. El presidente de FIFA, Jules Rimet, creía que iba a ser la última Copa del Mundo y que la guerra que se avecinaba, y fue Francia la elegida ante la indignación argentina.

El boicot americano a Francia '38 fue casi total. Sólo Brasil y Cuba viajaron a Europa. Pero Francia, tierra de la democracia, iba a ser el escenario en el que Italia, paseando toda su propaganda fascista, se consagrara como el mejor equipo del mundo. Y esta vez no hubo sospechas como cuatro años atrás. Los italianos fueron campeones, pero estuvieron muy cerca de irse a casa en el primer partido. El sorteo fue poco amable con el campeón y colocó en su camino a la rocosa Noruega, que ya había sido su rival en los juegos Olímpicos de Berlín. Ganó Italia 2-1 con un gol de Piola en la prórroga, pero Olivieri, portero de Italia, había evitado el triunfo noruego con una de las paradas más famosas de los Mundiales a remate de Brynildsen.