sábado, junio 03, 2006

Moralina borgeana

1. ¿Tiene razón Oscar Wilde cuando sostiene que no hay libros morales o inmorales, sino únicamente libros bien o mal escritos?
2. ¿Hace bien Anton Chejov en afirmar que su arte consiste en describir exactamente a los ladrones de caballos sin agregar que está mal robar caballos?
3. ¿Debe seguirse a Gide cuando sostiene que con buenos sentimientos se hace mala literatura?
4. ¿O queda la posibilidad de imaginar que la belleza de un libro puede surgir, en parte al menos, de su moralidad explícita o implícita; que el arte puede consistir en agregar que está mal robar caballos, y que con buenos sentimientos puede hacerse, no sólo mala, sino también buena literatura?

En razón de su tono imperioso, el aforismo de Wilde me parece más apto para cerrar que para abrir una discusión. Quizá no hay libros inmorales, pero hay lecturas que lo son, claramente. el Martín Fierro fue escrito para demostrar que el ejército convierte en vagabundos y en forajidos a los hombres del campo; es leído inmoralmente por quienes buscan los placeres de la ruindad (consejos del Vizcacha), de la crueldad (pelea con el moreno), del sentimentalismo de los canallas y de la bravata orillera. Otras publicaciones son inmorales de intención y de ejecución. Así, yo tengo para mí que una de las causas del entontencimiento gradual de los argentinos son las revista populares; notorias cátedras de codicia y de servilismo.
¿Qué decir de esos instrumentos que rebajan el universo a una suma de ceremonias oficiales y de ceremonias mundanas, que no proponen otro ideal que el ocioso vivir de los millonarios, que reducen la historia del país a una lista completa de concurrentes al Teatro de la Ranchería, que interminablemente añoran al mazorquero, al negro esclavo y al virrey, que prodigan los campeonatos de golf, los torneos de bridge, los extensos gauchos apócrifos de Quirós y los árboles genealógicos? No nos dejemos embaucar por la connotación sexual de la palabra inmoralidad; más inmoral que fomentar la lascivia es fomentar el servilismo o la estolidez.
Stevenson (Ethical Studies) observa que un personaje de novela es apenas una sucesión de palabaras y pondera la extraña independencia que parecen lograr, sin embargo, homúnculos verbales. El hecho es que una vez lograda esa independencia, una vez convencidos los lectores de que tal personaje no es menos vario que los que habitan "la realidad" (quienes, por lo demás, tampoco son, o somos, otra cosa que una serie de signos), el juicio moral del autor importa poco. Además, todo juicio es una generalización, una mera vaguedad aproximativa. Para el novelista, como tal, no hay personajes malos o buenos; todo personaje es inevitable. I understand everything and everyone, declara Bernard Shaw, and I am nobody and nothing.
Cabe, por consiguiente, decir a Chejov: si los ladrones de caballos son reales, la opinión de su autor no los modifica.
Vedar la ética es arbitrariamente empobrecer la literatura. La puritánica doctrina del arte por el arte nos privaría de los trágicos griegos, de Lucrecio, de Virgilio, de Juvenal, de las Escrituras, de San Agustín, de Dante, de Montaigne, de Shakespeare, de Quevedo, de Browne, de Hugo, de Emerson, de Whitman, de Baudelaire, de Ibsen, de Butler, de Nietzche, de Chesterton, de Shaw; casi del universo

Sur, Buenos Aires, Año XIV, N° 126, abril del 1945.